Para los eternamente descontentos




Entiendo perfectamente que las personas podamos tener “un mal día”, pero no entiendo a esas personas que están eternamente descontentos. Seguro que conocéis a alguien que no están bien con el blanco, pero tampoco con el negro, que no les gusta comer potaje, pero también les ponen falta al plato de solomillo; que se sienten fastidiados con un partido de fútbol, pero no van a estar mucho mejor viendo películas de cine.

Suelen ser personas que para todo el mundo tienen “un pero”. Se sienten en la potestad de hablar de quien les viene en gana, piensan que poseen en todo momento la verdad y actúan atacando directa o indirectamente a quien les venga en gana.

Definitivamente, no entiendo ese tipo de actitudes y pueden estar seguros de que no lo digo porque yo sea perfecta, porque no lo soy. Pero disfruto más fijándome en las cosas positivas de quienes me rodean.

No sé si el paso de los años, la poca o mucha sabiduría que se va adquiriendo con la vida, la seguridad que se va tomando en algunas cuestiones o la intención de llevar a la práctica lo que mi fe me lleva a profundizar, me han hecho darle valor a cosas que antes me pasaban más desapercibidas, y no podéis imaginaros la felicidad que eso llega a producir.

De hecho, hoy quiero sugerirle a los eternamente descontentos que prueben a ponerle una pizca de sal a sus vidas.

Pueden despertar y sentir que están vivos y dar gracias por ello. Pueden andar un rato y disfrutar con las primeras luces del día, oler las flores por donde van pasando, notar cómo pueden caminar, dedicar una sonrisa a quien se cruza en tu camino aunque no lo conozcan de nada, darle los buenos días al barrendero que limpia su urbanización, saborear el primer café de la mañana, llamar por teléfono a alguien con quien hace tiempo que no hablan, visitar a algún familiar o amigo al que tienen ganas de ver, dejar de esperar a que otros den el primer paso, ser agradecidos por encima de todas las cosas, agradecidos hasta el cansancio, porque en la medida en que den gracias, más libre se van a sentir…

Además de estos detalles citados, que podrían ser muchos, muchísimos más, yo tengo una suerte añadida, o mejor, tengo la mejor de las suertes y todo eso se me da por añadidura: creo en Dios, creo en Jesucristo, creo en la intercesión de mi bendita Madre del Rocío. Y con esa fe y confianza en Ella, me levanto cada día, me siento empujada por sus brazos cuando las fuerzas flaquean, y reconfortada cuando me mantengo fiel a mi credo.

A los eternamente descontentos les invitaba yo a vivir “un ratito de Rocío”, ese que “parece que para el tiempo”, y les quitaba el reloj de la mano, y les sugeriría que sonrieran más, que se abrieran más a la transformación, a la renovación del alma, dejándose moldear por el Espíritu Santo, porque cuando el Espíritu de Dios actúa, todo cambia y todo es nuevo.

Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es