El retablo de la Virgen: “fotocol” erróneo del visitante



Titulo así la editorial de éste día porque nadie que va a rezar a la Virgen y que sabe y conoce y respeta el lugar en el que se encuentra, sería capaz de darle la espalda para fotografiarse en esa especie de “fotocol” en la que muchos visitantes han convertido el retablo de la Santísima Virgen del Rocío.

Sorprende cuando hay personas que se acercan a la reja a orar, y se ven obligados a retirarse porque al lado se coloca de espaldas el papá, la mamá, el niño, la abuela, la prima, el tío, el sobrino mayor, el hermano, y la familia completa de playeros, con sus bermudas de retales y las chancletas para la arena, algunos con el codo apoyado en la parte alta de la reja, y la postura apropiada de la barra de un bar que espera la cervecita del camarero, para hacerse la foto de la inmortalidad que demuestra que se ha estado en la ermita del Rocío, “delante de la verja”, como a muchos les ha dado por llamar a esa barrera que separa, -para el que siente a la sagrada imagen de la Virgen-, lo humano de lo divino.

Y no escribo esto para herir sensibilidades, ni para juzgar a nadie, ¡Dios me libre de hacerlo!, pero es penoso que el santero, o cualquiera de los encargados de la seguridad del Santuario, tengan que llamar la atención de los adultos para que se levanten de los escalones del presbiterio, usados como si fueran la grada de un anfiteatro romano para captar la dichosa foto.

¡Que no es un fotocol, señores!, que estamos en un templo y el templo es la casa de Dios y no podemos consentir que a los propios rocieros se nos olvide y lo pasemos por alto, tenemos que ser el mejor y el más vivo ejemplo de cómo se está dentro de una Iglesia, ¿o es que se actúa igual en todas las basílicas, en todos los templos, en todos los santuarios, en todas las capillas? ¿Por qué en el Rocío se hace lo que en otros lugares sagrados no seríamos capaces de hacer?

Y no digo nada de los que hablan por teléfono, de los que se saludan en voz alta de un extremo al otro de la ermita, de los que se sientan en los bancos para contarse el partido de fútbol que vieron el día anterior o el conjuntito de ropa que se van a poner por la tarde, de los que obvian al que busca unos minutos de silencio, o lo que dura el rezo de un rosario del que se pierde la cuenta, a no ser que seas todo un experto en concentración.

De los años que llevo yendo al Rocío, que son muchos, los mismos que tengo, siempre me he encontrado escenas emocionantes dentro de la ermita: personas que le rezan, gente que llega cumpliendo una promesa, alguien que le canta porque no sabe rezar de otro modo… Pero de un tiempo a ésta parte, con tanta digitalización, con tanto móvil inoportuno que se ha convertido en un peligro adictivo para gran parte de los humanos, se ven otras estampas que nada tienen que ver con lo que realmente se busca y se desea encontrar cuando se atraviesa el umbral coronado por la blanca concha del peregrino.

Para saludarnos, tenemos un paisaje espectacular a las puertas de la ermita. Para fotografiarnos, tenemos tres dinteles para elegir y todos los elementos rocieros a nuestro alcance, para hablar tenemos patios y casas de Hermandades, el paseo marismeño o las terrazas de los bares en donde se nos atiende de maravilla, cada vez que vamos.

Pero por favor, no perdamos el norte. El retablo no es un fotocol, está lleno de detalles que también ayudan a llegar a Dios con una serie alegórica de momentos bíblicos y de pasajes evangélicos a la vista del devoto de la Virgen, vista que siempre acaba centrada en Ella y en su Hijo. Así que, antes de entrar, pensemos en dónde entramos y al estar frente a la Virgen, recordemos las palabras de aquel monje trapense llamado Rafael, cuando al entrar en su capilla, colgaba a la puerta un humilde letrero en el que decía: “guarden silencio, hermanos, estoy hablando con Dios”.

Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es