Vivir para servir es servir para vivir




“El que no vive para servir, no sirve para vivir”.

Ésta frase de la Madre Teresa de Calculta, en su día, me dio mucho qué pensar. Normalmente pensamos que para vivir bien tenemos que aspirar a todos los lujos. Hay personas que parecen enfermas en su afán de acaparar y acumular. Se olvidan que todos, absolutamente todos, tenemos una misión al llegar a la vida. Se angustian por demostrar a los demás lo que son capaces de hacer o hasta dónde pueden llegar. No piensan si, en el camino, tienen que pisotear a otros.

Otras personas viven ancladas en un tiempo pasado y, en sus conversaciones presentes siempre salen a relucir el trabajo que el abuelo o el padre tenían, las relaciones sociales con las que alternaban continuamente, los viajes que hicieron, la casa que podrían tener, el chalet que dejaron escapar…

También están los que, partiendo de cero, consiguieron un buen trabajo y cambian radicalmente la forma de ser, de comportarse. Olvidan sus raíces y se vuelven del clan de los prepotentes y engreídos. Se olvidan de que, incluso, los funcionarios, pueden llegar a dejar de cobrar si las codiciadas arcas de Ayuntamientos, Diputaciones, Autonomías o Estado, sacan al exterior más dinero del que entra y hay gente por encima de ellos que cobrarán, evidentemente, antes que ellos.

Y nada de eso es válido a la hora de ganarse el cielo. Podemos tener los tesoros del Rey Salomón, pero si no somos servidores del prójimo, empezando por los hijos, los padres, los seres más cercanos y terminando por el último ser de ésta tierra, poco valemos.

Después de todo, ¿de qué serviría acumular tanto bien material, y ser capaz de estar indiferente ante el dolor ajeno?

Servir es una de las palabras que más se repiten en la Biblia. Es también una de las actitudes más valoradas. Ser servidor no es estar como criado de otro para que el otro no mueva un dedo, es algo mucho más profundo que cuando se vive te hace sentir vivo. Es algo que va en el corazón, en la palabra, en los gestos, en las acciones…

Es lo que deberíamos aprender cada vez que miramos a los ojos de la Virgen del Rocío, que experimentó la fuerza del servicio a Dios, como Esposa, como Madre, como Familia y como Amiga.

Nunca es tarde para aprender. Sería muy triste no haber servido para vivir.

Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es