Canastos llenos de bendiciones




Hoy ha sido uno de esos días en los que escribir el editorial me ha supuesto un verdadero sacrificio. Preguntarme a mí misma sobre qué escribir hoy, me ha hecho entender a mi madre cuando diariamente se plantea qué pondrá de comer.

Y no será por falta de temas en el mundo, ni por problemas en la sociedad, ni por noticias agradables, -que también las hay-, ni por Hermandades que tengan algo que destacar, ni por historias que están hiladas a la relación con la Virgen del Rocío y podrían removernos los cimientos emocionales. Es, más bien, porque abarcarlo todo sería complicado y escoger solo una cosa te obliga a sacrificar otras que también rondan por la cabeza.

Con toda la ebullición que tengo a la hora de ordenar unos pocos de renglones, y de hilvanar los párrafos que completen mi escrito para hoy, me he acordado de que cada día volvemos a estar al inicio de algo nuevo, de que las oportunidades de avanzar, de estar más cerca de nuestras metas, llegan en canastos llenos hasta el borde, dejando asomar la abundancia de bendiciones que se nos regalan y facilitan desde arriba para que vayamos usándolos para el fin deseado. Un fin que siempre ha de estar acorde a los planes del Pastorcito y que debe ser del agrado de Dios, porque si no, no tendría sentido que nos concediera nada.

Tan llenos están esos canastos de bienes, que es imposible cargarlos en soledad y, para aprender a seleccionar lo mejor que en ellos se guarda, es imprescindible llamar a la puerta de nuestra Madre. Ella nunca se equivoca de escoger en beneficio de sus hijos. Su papel de intercesora lo hace a la perfección, y su gracia y su luz nos garantizan lo que necesitamos.

Todo lo que ansiamos de Dios lo tenemos, siempre lo hemos tenido. Es el momento de aprender a discernir, a desechar lo que no tiene valor para quedarnos únicamente con lo que nos conviene.

Las puertas del Santuario, a las que llamamos cada día para saludar a la Reina de nuestros corazones y rogarle que pastoree nuestras almas y nuestra vida, jamás están cerradas, por muy fugaz que sea la visita que hagamos hasta su corazón.

Con los canastos llenos, ante la Santísima Virgen del Rocío, bastaría solo con hacerle una súplica, acompañada de acción de gracias: “Enséñame qué hacer con tanto bien recibido para seguir proclamando contigo las grandezas del Señor”.

Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es