Hijos de la Virgen del Rocío




Es una bendición sabernos hijos de la Virgen del Rocío, sentirla nuestra Madre, contar con su protección maternal, llena de ternura, y con su constante e insistente intercesión, como la mejor de las abogadas.

Somos hijos de la Virgen del Rocío, porque su advocación invade nuestras vidas de una paz indescriptible, de una fortaleza sin igual y de un amor que jamás se agota.

Cuando hablamos con Ella, de corazón a corazón, nos sentimos llenos del Espíritu Santo, porque la Virgen, que es su Templo, nos enseña a descubrir al dador de todas las gracias y a confiar en su acción poderosa que lo transforma todo para bien, y pasa por nosotros para sanarnos, liberarnos y renovarnos por dentro.

Somos sus hijos, sí. Los hijos de la Virgen del Rocío y es algo grande en nuestras vidas, porque su mirada es luz para nuestros pasos, sus manos aligeran el peso de la tribulación de nuestras almas, sus regazo es la orilla donde siempre hay consuelo y su corazón el cofre a donde van a parar cada una de nuestras confidencias, porque no tenemos la más mínima duda de que nadie hay como la Virgen para guardarlas con sigilo.

Pero tener esa bendita suerte también debe tener una respuesta por nuestra parte, y se nos tiene que notar a leguas quién es nuestra Madre, no por lo mucho que hablemos de Ella, ni por los cientos de sevillanas rocieras que cantemos, ni por las veces que vamos al Rocío, ni por los caminos recorridos, ni por las romerías vividas, ni por las procesiones que hayamos visto… Se nos tiene que notar que la Virgen ha transformado nuestras vidas y nos ha impulsa a ser más solidarios, y nos anima a ser más respetuosos, y nos empuja a que practiquemos la generosidad, y nos enseña a ser más humildes y nos invita a recorrer el camino de cada día compartiendo nuestro tiempo, nuestros conocimientos, nuestra actitud positiva y confiada.

Oración y acción siempre van de la mano. La Virgen y un rociero, también. Y van de la mano en todo, en lo bueno y en lo menos bueno; porque nuestra fe, unida a su intercesión, mueve nuestras montañas y ablanda el corazón de Dios.

Qué privilegio más inmenso el nuestro, de ser hijos de la Virgen del Rocío.

Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es