Tírate a la piscina




Cuando te fías plenamente de alguien, eres capaz de saltar desde una nave espacial, de subir a montañas que casi rozan el cielo o de tirarte a la piscina, con agua o sin ella, si te lo pide.

Cuando te fías plenamente de alguien, todo parte de un SÍ, una afirmación sin titubeos que fortalece tu voluntad, tu confianza y tu fe.

Ese sí no está exento de dificultades, pero lo das sin importarte las consecuencias, porque sabes que esa persona de la que te fías no te dejará de la mano, no te abandonará en el camino, no te dejará de lado para corresponder a tu generosidad y a tu gesto de amor y de entrega.

Eso fue, lo que para mí, hizo la Virgen cuando dio el SÍ a Dios. Se tiró a la piscina sin importarle si estaba llena o vacía de agua. Respondió sin pensárselo dos veces, porque sabía que quien se lo estaba pidiendo también le daría la serenidad en la adversidad, la complicidad en la decisión, la seguridad en la incertidumbre, la fortaleza en las dificultades, la templanza en los momentos duros, la fe si aparecieran las dudas, la firme confianza en que lo Ella no pudiera lo podría Dios para el que nada es imposible.

A lo mejor nos hace más falta saltar a la piscina, cerrar los ojos creyendo con todo el corazón de que los ojos del Señor están abiertos, y no dejarían que nos hiciéramos daño.

Y es que la fe es justo creer en lo que no estamos viendo, ni palpando, pero sabemos que está. Del mismo modo que no vemos el sol, cuando es de noche. Igual que no podemos ver el aire que respiramos, aunque estemos respirando. Así como no sabemos el color del sonido, pero escuchamos. Todo es un acto de fe. Todo empieza cuando tenemos fe.

Hace bastante tiempo que arrastro esta súplica a la Virgen del Rocío, cuando me encuentra con Ella en su Santuario o en la parroquia de la Asunción, o cuando cierro los ojos en un templo o en mi habitación, para hablarle desde mi corazón al suyo, y le ruego que aumente mi fe, que sea capaz de tirarme a la piscina sabiendo que las manos de Dios me llevan, que Ella está al acecho para compensar la fe que a mí me falta.
Eso le pido a la Virgen del Rocío cuando me canso de esperar, o cuando pienso que no me escucha, o cuando creo que lo mío siempre llega tarde, o cuando las dudas son más fuertes que la petición que pongo en sus manos, que aumente mi fe. Que cada vez que pida le dé las gracias sin ver el resultado, pero sabiendo que está ahí, aunque no lo vea, aunque no lo tenga en mis manos.

En la oración también hay que tirarse a la piscina, con agua o sin ella. En toda circunstancia, en todo momento, en todo lugar, Dios necesita nuestra fe. Con solo una migaja de nuestra fe, Él nos prometió que se mueven las montañas. Y yo lo creo.

Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es