Enganchado a tu mirada

Son muchos los años que llevo enganchado a tu mirada, Rocío.

Recuerdo desde pequeño, quedarme en el sofá, aunque al día siguiente tuviese que madrugar para ir al colegio, esperando el momento de esa madrugada de lunes en que tus hijos almonteños lo hiciesen una vez más, y yo, poder verlo a través de las imágenes del televisor, con la señal que llegaba de Canal Sur, que en estas tierras murcianas limítrofes con Almería, tanta alegría trajeron al poder sintonizarlo.

La primera vez que pude ir a verte ni siquiera pertenecía a la entonces Asociación Rociera de Águilas. Fue un conocido, miembro de la misma, quien me propuso ir con ellos a una casa que alquilaban en Plaza de Doñana para los días de Romería, haciendo en autobús los 600 kms que nos separan. Dichoso momento cuando, sin pensar siquiera cómo haría con los días que tenía que faltar al trabajo, contesté que sí, que me iba, que me guardasen una plaza. Ya había terminado la carrera y me encontraba ejerciendo mi profesión tras haber aprobado las oposiciones.

Nada más traspasar la puerta de la ermita, quedé absorto, impresionado, ensimismado, enmudecido… Conforme avanzaba por el pasillo central hacia tu reja, se acrecentaba en mi interior un inmenso sentimiento de paz y tranquilidad a la vez que por todo el cuerpo me bullía un gran alboroto de nerviosismo y alegría. Por fin podía estar ante Ti y contemplarte cara a cara como tantas y tantas otras veces había hecho poniéndome delante de la estampa con tu imagen.

En ese momento, supe que mi relación contigo sería especial… Algo me decía que ya no podría vivir sin experimentar año tras año lo que en ese momento estaba sintiendo. Sin poder articular palabra, sin ser consciente del gentío que hasta allí llegaba, sólo, absorto en encontrarme con tu mirada.

Han pasado poco más de dos décadas desde aquel primer encuentro, pero no ha cambiado nada lo que aquel día yo sentí. Año tras año ansiaba volver a vivir ese bendito momento de llegar y ponerme ante Ti, para que todas y cada una de tantas y tantas cosas como llevaba en mi cabeza, en mi pensamiento, en mi corazón, para pedirte, para agradecerte, meses pensando en ese preciso instante y al estar ante Ti, fuese, y lo siga siendo aún hoy, incapaz de decírtelas al quedarme mudo y embriagado por tu belleza y lo que en mi interior siento al cruzarme con tu divina mirada.

Pero Rocío, ¿sabes lo duro que fue la vez que sentí que no me mirabas, que no me encontraba con tu mirada por mucho que yo te buscara? Me ponía en un lado, me iba al otro, vuelvo a ponerme justo delante, en el centro… Y me voy de la ermita, y vuelvo en un par de horas, y por la tarde, y al día siguiente… Y en la procesión te busco, junto al Pocito, en el Acebuchal, por el Real, en la casa de tu camarista, en el eucaliptal de Plaza Doñana, en una calle, en otra, y me meto en la misma bulla sintiendo el fervoroso calor de los almonteños que te llevan… Y yo… Yo no encuentro ni conecto con tu mirada, Rocío. El año que justo más lo necesitaba; el cruzar mi vista con tu mirada y encontrar respuesta a lo que en mi interior yo llevaba.

Inundarme en tus ojos, sentir como tantas otras veces la tranquilidad que siempre me irradiabas… Porque aunque dijesen que estoy loco, yo sé que Tú, Rocío, en ocasiones anteriores me has mirado y me hablabas sin decirme nada, con la dulzura de tus ojos caramelo inclinados al Pastorcillo Dios de los Cielos que en tus santas manos sostienes, Luz de nuestros sueños y desvelos.

Pero esta vez no la tuve, no lo conseguí. No pudo ser por más que lo intentara.

Qué difícil, qué triste y duro el camino de vuelta a casa pensando que no había tenido respuesta, que ese año no me habías mirado, que si es que acaso te habrías enfadado conmigo por algo. No lograba entenderlo.

Ya en Águilas, pasaban las semanas y yo me asfixiaba en mis entrañas; no por la ola de calor que sufrimos aquel verano, sino por el vacío que yo sentía en mi interior por no haber encontrado respuesta en tu mirada. Era algo que me quemaba, Rocío. Sentía la necesidad de volver a verte, de ahogar mis miedos y templar aquellas inquietudes que me asaltaban.

Así que, al llegar el primer fin de semana de agosto, sin pensarlo ni prepararlo, dije que allí me escapaba, por ver si la respuesta que necesitaba, otra vez en tu mirada encontraba.

Me acompañaron unos amigos, cómplices en muchas cosas de mi vida, que no quisieron que sólo marchara. Y emprendimos el viaje, no a la desesperada, pero sí preocupado por lo que me desconcertaba. Necesitaba que me dieras una señal, que me hablaras como Tú hacías sin decirme nada, que volviese a sentirme lleno con tu mirada. Necesitaba algo. Te necesitaba.

Así fue, como no podía ser de otra forma. Porque Tú, Rocío, Tú nunca nos abandonas. En una tarde agosteña, con la ermita vacía, en silencio te encontré y a todo lo que llevaba me diste respuesta.

Y por fin, de nuevo, me llené de tu mirada y respuesta me dabas a lo que desde semanas atrás me aturdía y solución no encontraba.

“Cuando la Virgen quiera”… Cuánta verdad en tan pocas palabras…

Desde entonces, a todas mis dudas siempre me contesto igual. “Será lo que Ella quiera y cuando Ella quiera”

Tres años ya en mi vida, Rocío, siendo para mí lo que Tú quisiste que fuera.

Fernando Gallego Carrasco
Hermano de la Hermandad del Rocío de Águila.