Nada hay que temer si estamos en sus manos




No hay nada que temer si nos ponemos en las manos de la Virgen del Rocío. En sus manos está la salvación, la ayuda, la liberación del peso de nuestras preocupaciones, el empujón para seguir caminando, la caricia que necesitamos en medio de las penas, la ternura que amaina el temporal de nuestros desconsuelos.

Sus manos pueden con todo lo que nosotros no podemos. Y nos agarramos a ellas porque son el sostén que nos mantienen en pie, como si nos convirtiéramos en niños que tienen que empezar a dar sus primeros pasos y se sienten inestables, temblorosos, inseguros.

Cuánto podríamos conseguir si, cada vez que le decimos a la Virgen que nos ponemos en sus manos, lo hiciéramos sin titubear, seguros de que es la mejor de las decisiones.

Tenemos en Ella a la Madre con mayúsculas.
Recorriendo su sagrada imagen, despacio, en contemplación, dejando que al mirarla nos hable, descubrimos cómo sus ojos son capaces de iluminar las más temidas tinieblas. Sus labios parecen susurrarnos que volvamos a Jesús, sus manos nos presentan dónde está la tierra firme, el pilar inamovible, la verdadera fuerza.

Por más que alguna vez te sientas perdido y sin ganas para nada, levanta los ojos a Ella y dile que estás en sus manos. Nada pierdes por acudir a su regazo con humildad y postrarte indefenso y frágil a sus plantas. Ella te conoce hasta el fondo de tu alma. Sabe de la miseria y de las riquezas de tu corazón. Si es mucho tu peso, dáselo. Ella puede con todo y se ocupará de lo que más falta te hace.

No dejes de confiar. Mantente firme en la fe. No busques en Ella que todo te vaya a las mil maravillas. Mejor dile que aunque a veces nada es como tú deseas, cuentas con su ayuda para conseguirlo.

Recuérdalo siempre: Nada hay que temer si estamos en sus manos.

Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es