El abuelo “cantarín”




La sede de mi trabajo queda muy cerca de mi casa y de una residencia de mayores.

Durante los meses de confinamiento, cuando tantas personas salían a aplaudir a los balcones, las terrazas, las ventanas y las azoteas, los mayores del geriátrico también aplaudían desde sus habitaciones o desde el lugar en el que en ese momento se encontraran.

Uno de los mayores, cuyo nombre desconozco, cuando terminaban los aplausos, daba las gracias sin parar porque se sentía acompañado en aquellos momentos.

Hablaba en voz muy alta, saludaba sin saber a quién se dirigía, y cantaba. Cuando terminaban los aplausos, él cantaba desde su ventana coplas antiguas durante un largo rato.

No conocía su rostro, pero su voz es inconfundible.

Un día, cuando me acercaba a la panadería, guardando la distancia de seguridad, pregunté quién era el último para guardar mi turno y me respondieron: “Yo soy”. Y por fin pude poner cara a la voz que, desde su ventana, todos los días, sin fallar ni uno solo, ha continuado cantando sus coplas antiguas.

Me quedé mirándolo y observé que llevaba un tatuaje en el brazo derecho. Él entró a comprar y pidió algunas gominolas a Rocío, (así se llama la panadera de mi barrio), que lo atendió con cariño y con respeto y le preguntó: “¿Qué vas a cantar hoy?”. Él le dijo: “Lo que salga del corazón”.

Él salió de la tienda, yo compré el pan de cada día y él paseaba por la urbanización. No me pude resistir. Me acerqué y le di las gracias porque bien por las mañanas, bien por las tardes, lo escuchaba cantar y me alegraba. Su cara no podía expresar más felicidad que cuando le dije que yo era fan de sus canciones.

Me preguntó si me gustaba la música de Nino Bravo, le sonreí y le respondí que sabía solo uno de sus temas más conocidos. Me contó que había sido legionario, que enviudó hacía unos años y que tiene unos hijos muy buenos pero con muchas ocupaciones. Que llevaba ya un tiempo en la residencia, donde lo tratan muy bien y que le gusta cantar. Él me preguntó de nuevo si me gustaba Nino Bravo, yo volví a sonreír y a responderle lo mismo, como si me lo hubiera preguntado por primera vez. Y me dijo: ¿Qué canciones te gustan? Le conté que me gustan todas las que canta, que tiene una voz muy bonita y muy afinada. Él insistió: “¿Pero qué música te gusta más?” y le dije que todo lo que tenga mensaje, además de las sevillanas, el flamenco, temas que estén dedicados a la Virgen del Rocío, baladas…

Ninguno de los dos caímos en preguntarnos nuestros nombres. Pero yo saqué una estampa de la Virgen del Rocío y se la di. “Para que lo ayude y lo cuide en todo momento”. Y nos despedimos.

Cuando se alejaba, lo vi mirar la estampa, la llevó en la mano todo el tiempo.

Hacer un par de días, al llegar al trabajo, tras encender el ordenador, mirar los correos y organizar la agenda de la jornada, lo escuché cantar por primera vez la salve rociera de los Doñana, que popularmente es conocida como “Salve del olé” y un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. Porque él canta, recita, habla…

Al terminarla dijo, gritando como siempre: “La he aprendido esta semana”.

Sin reprimir lo que en ese momento sentía, desde la ventana de mi trabajo grité “Viva la Virgen del Rocío” y él respondió “Viva y muchas gracias”.

Ahora conozco su rostro y su voz. No sé su nombre. Pero es alguien que sabe lo que es la soledad, que tiene a hijos muy ocupados y que él se ocupa de alegrarnos las mañanas y las tardes con sus canciones; no sé si para hacer más llevadera su soledad o para acompañar a alguien, que aunque acompañado, también se sienta solo.

Ahora sé que el abuelo cantarín tiene una estampa de la Virgen del Rocío y se aprendió la Salve para Ella.

No sé cómo dar las gracias a Dios por darme tanto.

Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es