Cuando nos dejamos mirar por Ella




Cuando nos dejamos mirar por Ella, por la Virgen del Rocío, hasta la tormenta más grande que podamos estar sintiendo en el alma se transforma en paz y terminamos por sosegarnos.

Ponernos ante la Virgen, postrarnos a sus plantas, buscar su consuelo, su ayuda, agradecerle tanto, siempre nos lleva a mirarla, a contemplarla y a estar pendientes de sus ojos, pero justo en la Salve le pedimos lo contrario: “Vuelve a nosotros esos, tus ojos misericordiosos”, porque cuando nos dejamos mirar por Ella todo cambia. En ese momento, le damos a la Virgen la rienda de nuestros corazones, que siempre llegan desbocados por los avatares de la vida y le pedimos que nos mire porque somos incapaces de ver a más allá de lo que nos invade.

En los ojos de la Virgen hay toda una lección de esperanza y ternura, un río de paz que nos arrastra, una colmena de dulzura que acaba con la tristeza, un caudal de luz que apaga cualquier oscuridad.

Cuánto ganaríamos si nos dejáramos mirar por esos ojos, si supiéramos guardar silencio absoluto, ordenar a los ruidos de la vida que se callen y esperar pacientemente lo que su mirada es capaz de decirnos.

Somos más afortunados de lo que pensamos. No tendríamos cómo pagar a Dios el bien que nos ha hecho al dejarnos a su Madre como Madre nuestra. Jamás llegaremos a comprender ni a valorar lo suficiente que tener a la Virgen como intercesora es tener vía libre al corazón de su Hijo, es disponer de la fe que a nosotros nos falta y Ella pone en lugar nuestro.

Hay todo un camino espiritual en los ojos de la imagen de la Virgen, y solo seremos capaces de recorrer ese camino si tenemos la valentía de dejarnos mirar por ellos, porque nada será igual que antes, y con su luz restaremos importancia a cosas que nos parecen un mundo y miraremos al único que le da sentido a nuestro mundo, que es quien de verdad importa.

Cuando nos dejamos mirar por Ella, por la Virgen del Rocío, sentimos su abrazo acercándonos a su corazón, notamos que a lo largo de nuestra vida, todo lo que le dijimos quedó guardado como un tesoro para entregarlo al único que lo torna todo para bien.

Ojalá siempre sus ojos nos guíen, siempre su luz nos alumbre la senda; ojalá sepamos descubrir las bendiciones que hay en la profundidad de su mirada.

Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es