A solo unos metros de nuestras miradas




Cuando la Virgen del Rocío está en Almonte se nos presenta sencilla, cercana, a solo unos metros de nuestras miradas cuando nos acercamos a la reja.

Mirarla es un bálsamo para las heridas del alma y un cañón de esperanza que viene a dar en la diana de los corazones.

La gente que va y viene, que entra y sale de la Iglesia de la Asunción, es un goteo incesante de oraciones, un río de plegarias a sus plantas y no se podrían contar las visitas que recibe la Pastora almonteña.

Es una realidad el imán que tiene la Virgen del Rocío, porque desde todos los lugares hay personas dispuestas a desplazarse para encontrarse con Ella y, aún sin haber pisado el Rocío o Almonte jamás en la vida, hay quien le tiene una devoción profunda y alimenta una fe sin fisuras cuando pronuncia su nombre.

Aunque todos estamos habituados a verla en su Santuario, cuando la Virgen está en su pueblo me despierta una especial ternura. Veo cómo Almonte se deshace en amores para Ella, creo que es la visita que nadie quiere que se vaya, porque empiezan a pesar como el plomo las hojas de otros siete años para que vuelva a estar entre su gente.

Si nos fijamos, los nueve meses no se cuentan, porque es mejor no pensar en lo rápidos que pasan, es mejor vivir la presencia de la Virgen en su Altar mayor de la parroquia sin perder un solo segundo, aprovechando cualquier momento para “echarle una miraíta”, desmenuzando el corazón para no dejar nada guardado en él y dejárselo todo a Ella con la mayor confianza, volcando en sus manos las inquietudes y los desvelos, las alegrías y los proyectos, las decisiones, la vida… Todo.

Porque todo pasa en un abrir y cerrar de ojos. Las horas no pueden pararse en el reloj y avanzan sin que le demos permiso al vértigo de su carrera; no podemos hacer que se vuelvan lentas ni sumarle minutos, ni centésimas de segundos… Solo podemos centrarnos en el presente, y estar con todo nuestro ser acompañando a la Virgen como Ella nos acompaña, dejándola entrar en las cosas cotidianas, en nuestras historias, en nuestras batallas y dejarnos querer y cuidar y abrazar por el milagro de su intercesión, siempre poderosa y fiel, que es capaz de conseguir de Dios toda bendición.

Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es