La Virgen del Rocío: centinela de las almas



¿Cómo estás, Madre mía? ¿Qué tal has dormido ésta noche, centinela de mi alma?. Seguro que no has descansado para velar el sueño de tus hijos rocieros.

Me sorprende tu capacidad, me supera tu entrega, me impresiona tu ternura. Eres, sencillamente, admirable y no porque entre tus virtudes esté el deseo de hacerte notar o de llamar la atención; más bien a fuerza de pasar tan desapercibida consigues que se te vea como un alto ideal, un ejemplo que perseguimos y que no alcanzamos.

Tu mirada ha conseguido conmoverme muchas veces. El simple hecho de estar frente a tu imagen ha reblandecido mi corazón que, a veces, he pretendido recubrir con una coraza de piedra para que nada me duela, para evitar que sufra daños. Pero Tú, desde la profundidad de tus ojos, me has robado los escombros para liberarme del peso y para que te sienta, de nuevo, a mi lado.

Mi incoherencia me ha llevado, en ocasiones, a querer hacerte a un lado, como si pudiera demostrarte que hay cosas que puedo hacer sola. Y siempre acabo regresando a Ti, ¿qué podría hacer si no, si abandonarte sería abandonarme a mí misma?

Cada vez tengo más claro que en mis luchas eres Tú la vencedora. Algo me hace sospechar que estás al acecho de cada peligro para venir a rescatarme. De cada situación brota tu Gracia, a la que yo me confío y descubro que, Contigo, se accede al Templo del Espíritu Santo.

Me siento privilegiada de ser una minúscula gota de agua del Rocío con el que riegas al mundo, de poder elevar una torpe oración en tu reja, consciente de que otros hijos tuyos, seguramente, te necesitan más que yo; de ahí mi torpeza, la de creer que, ofreces tanto, que tienes para todos: para el que urge y para el que podría esperar un poco.

Yo, como suelo hacer cada lunes, uso mi editorial para alabar Contigo al Creador y para decirte que aquí me tienes, atravesando el umbral de una nueva semana, pero de tu mano. Confiando en el Poder de Dios, pero sabiéndote mi fiel intercesora. Esperando los frutos de la oración, pero aprendiendo siempre de Ti, que eres la Maestra de la Fe.

Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es