¡Confía! ¡Confía en la Madre!



Cada vez que decimos a la Virgen “ayúdame”, le estamos dando la oportunidad de actuar a favor nuestro. Cada vez que le decimos “te necesito” dejamos de sentirnos autosuficientes y nos convertimos en niños en sus manos y brilla la luz de la confianza.

Cada vez que en medio de una situación difícil le decimos: “que sea lo que Tú quieras” estamos dándole la llave para que todo se transforme y Dios premie nuestra Fe. Si en medio de una tormenta eres capaz de decirle: “yo creo en Ti, yo confío en Ti”, la tormenta huirá de tu lado y como dijo el profeta Isaías, así puedas atravesar el fuego, Dios estará contigo, Ella no te soltará de la mano.

No dejes de confiar, si lo haces estás perdido. Pero si continúas abonando tu Fe, trabajando día a día en tu afán por fortalecerla, estarás ganando una felicidad que nadie podrá arrebatarte de tu corazón. Hoy va a ser un gran día si todos tus pasos los encaminas desde la Fe en Dios y la confianza en ti mismo. No caigas en el error de pensar que si las cosas no salen como tú planeas es porque Dios quiere a otros más que a Ti.

¡No te imaginas cuánto bien tiene para darte y hasta qué punto Tú eres único para Él! No hay nada más gratificante en este mundo que contar con tu madre para todo. Los que tenemos todavía la suerte de tenerla en vida, ¡y que sea por muchos años!, sabemos lo que estamos diciendo, como también lo saben aquellas personas que la perdieron y ahora la extrañan físicamente a pesar de seguir unidas a ellas espiritualmente. La madre es la que lo da todo por ti, salta cuantas vallas hagan falta para ayudarte a conseguir tus metas, sufre si te ve sufrir, te arropa con su abrazo sin mediar palabra y de pronto se tranquiliza tu alma porque encontró el manantial perfecto para desahogarte. Antes que todo y que todos estás tú para ella. Abandonaría su propio bienestar por salvar a un hijo, porque una madre no tiene mayor interés que el de ver a un hijo feliz y haber sido, ella misma, impulso de su felicidad. Cuando hay más de un hijo no escatimaría en esfuerzos para tratarlos por igual, para ofrecerles el amor en la misma medida, para ser justa ofreciéndole a cada uno todo lo que necesitan. Para ella no haría falta que le dijeras cómo te encuentras, porque con sólo mirarte ya sabe si hay penas o alegrías en tu corazón. Antes de que tú vayas a buscarla para pedirle ayuda, ella está en tu puerta para dártela sin pedirte nada a cambio, sin buscar más beneficio que el tuyo, sin querer nada para sí, sino para sus hijos. No los compara, porque las madres sólo saben ver lo bueno de aquellos que llevó en sus entrañas. Si no ocurriera de esta forma, no estaríamos hablando del concepto de madre en su plenitud. Por eso tenemos el don divino de poder acudir, no sólo a nuestra madre en la tierra, sino también a esa MADRE de letras grandes que nos protege desde el cielo, a la que amamos en su advocación de Rocío porque nos consta que es la que riega con su nombre la falta de Fe para que ésta se fortalezca y no dejemos de confiar en su intercesión.

¡Confía! El don de la Fe es demasiado grande como para dejarlo perder. Robustece tu alma con la Fe que hay dentro, por pequeña que sea la llamita que tengas encendida.

¡Esfuérzate en avivar ese fuego que, a su vez, alcanzará a otros detrás de ti! Nunca olvides que sólo con la Fe se puede sobrellevar todo en esta vida.

Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es