Dar siempre las gracias a la Virgen del Rocío



Dar las gracias a la Virgen no es tan fácil como a primera vista parece. Darle las gracias a Ella implica un despojo de cuanto llevamos en el corazón. No solamente damos las gracias por lo que nos parece bello, hermoso y bueno para nosotros, también tendríamos que hacerlo por aquello que, a simple vista puede resultar un disparate y, sin embargo, nuestra Fe nos lleva a alabar al Pastorcito Divino y a su Madre conscientes de que forma parte del plan maravilloso que Dios nos guarda a cada uno.

Podrían asaltarnos en este momento millones de dudas, de preguntas, de cuestiones al hilo de la editorial: ¿para que Dios haga algo grande conmigo es necesario que pase por este o aquel dolor? ¿Es que Dios y la Virgen no van a dejar de hacerme sufrir? ¿Para que llegue lo bueno tengo que atravesar los más desastrosos caminos?

Y seguramente no tenga yo la respuesta ni para esas ni para otras preguntas peores que, con ejemplos incluidos, podrían echar por tierra lo que intento expresar.

Pero analizando cada una de las cosas más simples que tenemos ante nuestros ojos, no hay ni una sola de ellas que para alcanzar la armonía, la belleza o la plenitud, se hayan privado de una transformación dolorosa.

¿Os habéis fijado en una sencilla margarita? Puede atraernos por su humildad, sin embargo su tallo también presenta la aspereza. Pero es esa aspereza la que hace que tan delicada flor permanezca firme, agarrada a la tierra, en medio de los vientos. Una rosa es una de las flores más bellas que pueden contemplar nuestros ojos y, en cambio, cada una de ellas nos muestra que no están faltas de espinas.

¿Y qué me decís de la mariposa que nos presenta sus alas llenas de colorido cuando las abren para volar? ¡Cuánto trabajo tuvieron que realizar antes para alcanzar tanta hermosura! ¡Cuánto sufrimiento hasta llegar a ese cambio tan bello y único!.

Dar las gracias a la Virgen es decir, como Ella, Hágase tu Voluntad a Dios. Una Voluntad aceptada a golpes de Fe, de confianza y de trabajo, agradeciendo de antemano el fruto que recogeremos con nuestra generosa entrega.

Y no es que os diga esto por experiencia propia: bien sabe Dios que del dicho al hecho, aunque el tramo es corto, soy yo la que a veces decido la distancia. Pero qué tranquilidad, qué paz siento por dentro cuando, a pesar de los pesares, soy capaz de decirle: Gracias, Madre, por tu intercesión. Gracias, Padre, por tu indudable ayuda.

Que todo en nuestra vida sea una alabanza a Dios y una constante acción de Gracias a la intercesión de la Virgen. Cuando lo consigamos con esa profundidad no habrá un solo instante en que no nos sintamos regados por su Rocío.

Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es