Salud de los enfermos, ruega por nosotros

Su mirada te buscaba anhelante, deseando de cruzar sus ojos con los tuyos. El fuerte tratamiento que lleva tomando desde hace meses, le ha hecho perder visión, pero lejos de angustiarse, perdía su mirada en el retablo y te contemplaba, segura estoy de ello, con los ojos del corazón.

Los dolores y el cansancio a los que, desgraciadamente, ya está acostumbrada, hicieron que hasta el último momento no tuviera claro si emprender el largo viaje hasta tu ermita. Pero el Pastorcito Divino, a través de Ti, quiso encontrarse con ella. Tu Hijo escuchó las súplicas de todos los que deseábamos ese encuentro. Y sucedió.

En una ocasión escribí que tejes los hilos de nuestras vidas cruzando los caminos de unos y otros. Gracias a Ti, he podido compartir con ella este fin de semana, que además de ser especial por ser la peregrinación extraordinaria de mi Hermandad, lo ha sido por todo lo que he aprendido de ella cuyo frágil cuerpo, desgastado por una larga enfermedad, guarda un alma flamante, fuerte, fresca y joven.

Con sus ojos humedecidos por las lágrimas y su boca temblorosa por la emoción, te dijo “Madre, échanos una manita”. Me enternecieron esas palabras. Vi en ese instante, lo egoísta que soy, a veces, a la hora de implorarte. Casi con toda seguridad, en su situación, hubiera querido Tus manos sólo para mí. Ella, sin embargo, pidió por todos. También yo te pedí por ella y a lo mejor también, sin ser de una manera altruista, porque Madre, ¡cuánta falta hacen en este mundo personas como ella!. Observándola te das cuenta enseguida de que tiene en Ti el perfecto modelo a imitar. Es sencilla, humilde, amorosa, con una gran fe y esperanza… y con su actitud hace suya la frase de San Pablo en la segunda carta a los Corintios de “por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte”.

Salud de los enfermos, ruega por ella. Tú que eres nuestro consuelo sé su bálsamo. Tú que eres intercesora ante el Padre, sé su abogada. Tú que eres nuestro refugio, sé su protectora. Tú que eres reina de la paz, sé su sosiego.