Sigo caminando, Señora

Sigo caminando, Señora.
Mi camino no terminó cuando llegué a Tu Ermita, un año más y que sigan siendo muchos, ese viernes por la tarde. Ni cuando nos vimos por la calle, en esa mágica madrugada que lucha contra el tiempo, haciendo eternos algunos instantes y acelerando y pasando tan deprisa que apenas me doy cuenta cuando ya ha pasado todo. Tampoco acabó al decirte adiós, otra vez llorando ante Ti y dejándote prendidos esos “Te quiero” y “no me dejes” que se me van escapando entre suspiros.

Hay que seguir caminando, Rocío.
Y yo trato de seguirte, intento día a día ser mejor persona por Ti, teniéndote presente en mi vida diaria para que así pueda llegar ante Ti cuando Tú quieras llamarme y decirte: yo Te seguí, Tú fuiste el espejo donde siempre traté de mirarme.

A veces mi camino es muy duro, porque las arenas de la enfermedad, del paro o la injusticia me obligan muchas veces a detenerme, pero encuentro en Ti esa sombra que me protege del duro sol de mis penurias, y Te vuelves agua fresca de Fe que me quita la sed de desaliento; eres mi vara, en la que me apoyo al levantarme tras todas esas caídas que sabes que sufro; y eres también el bendito alimento que me da fuerzas para tirar para adelante, un poquito más, que casi puedo, muchas veces, vislumbrar allá a lo lejos la espadaña de Tu Ermita.

Hay que seguir caminando, Madre mía.
Y yo sé que este camino no lo recorro solo, sino que me acompañan muchos seres queridos que me cuidan y miran por mí, esos que me apoyan y me ofrecen palabras de aliento para que siga adelante, para que no baje nunca los brazos y me dé por vencido cuando algún problema parece no tener final. Ya lo sé, Pastora de mi corazón, que has sido Tú la que has puesto a estas personas junto a mí para que me ayuden, y que quieres que yo también les entregue todo lo que esté en mi mano para ayudarlos a ellos también, y por eso nunca podré terminar de agradecerte que me dieras esta familia que tanto me quiere y que tan bien me enseñó a quererte desde el mismo día que abrí los ojos al mundo.

Y seguiré en este camino, Blanca Paloma, siendo un peregrino de Tu amor que no busca sólo el llegar ante Ti, que ya sé que Tú quieres que disfrutemos el camino, puesto que en el mismo se haya la principal recompensa que podemos tener en esta vida: saberse rociero e hijo de esta Madre Bendita que tanto nos quiere.

Pues por ti, Madre del Rocío, sigo caminando por esta bendita senda que heredé de mis abuelos, que me regalaron mis padres y que trataré de enseñar a mis hijos y no es otra que ser cristiano y querer a la Virgen con todas la fuerza que mi corazón sea capaz.

Daniel Vargas Palacios.