“Si Tú quieres, puedes curarme”

Artículo del Sacerdote Jesuita J. Ruiz para Periódico Digital Rociero.

Se podría decir mucho sobre las lecturas de la Biblia, pero si me permitís, voy a centrarme en el Evangelio, en una lectura que espero que os guste tanto como a mí, y que nos habla de cómo un leproso pide la ayuda del Señor.

¡Cuánta ternura descubro en el Pastorcito Divino para nosotros a través de éste Capítulo 1 del Evangelio de San Marcos!

La primera frase del Evangelio es “…se le acercó a Jesús un leproso para suplicarle de rodillas…” Es el primer paso que hay que dar cuando queremos recibir algo de Jesús: Acercarse y suplicar, es decir: ORAR.

¿Cuántas veces vamos al Rocío, entramos en la Ermita, nos aproximamos a la reja pero salimos con una sensación de vacío? ¿Os ha pasado a vosotros también? Pues entonces es que simplemente habéis hecho eso: pasear, entrar, aproximarse al lugar, pero Jesús quiere que “nos acerquemos”, que “supliquemos”, que “oremos”. Porque en la cercanía con la Virgen del Rocío y su Hijo, es donde nace el diálogo y el diálogo con el Señor es la oración. Y cuando se hace una súplica no se hace a la carrera, se hace “de rodillas”, que no es una actitud solamente corporal, hay quien está de rodillas pero está pensando en la ropa que se pondrá mañana para ir a un concierto; “de rodillas” significa con firmeza, con insistencia y con confianza. Aunque se esté de pie se puede estar de rodillas. Es como si dijéramos al Señor: “Solo ante ti me arrodillo y te suplico que me ayudes, que me tiendas tu mano y estoy dispuesto a hincar mi rodilla en el suelo hasta que no me hagas caso”.

Y aquí viene el porqué de esa seguridad, porque “…si Tú quieres, puedes curarme”. ¡Qué maravillosa es la Fe! Pues Dios no es sordo, no se hace el tonto, está muy seguro de lo que quiere de nosotros: nuestro amor y nuestra confianza. Y, además, su respuesta es recíproca a nuestra Fe: “Sí, quiero: Sana!”, porque tiene una tremenda compasión por sus hijos y nos condecora con su ternura.

La lepra, en tiempos de Jesús, era una enfermedad muy extendida, pero hay muchas enfermedades que nos alejan de Dios y de los demás. Seamos conscientes de ellas y vayamos al médico que lo cura todo. Acudamos a la Santísima Virgen del Rocío para que Ella nos acerque a su Hijo y en sus manos dejemos las enfermedades que nos afectan: el descontrol de nuestro genio, el trato inadecuado que damos a los demás, la falta de atención para los que necesitan que les escuchemos… Porque del mismo modo que nos sana si se lo pedimos, también puede concedernos otras cosas cuando estemos SANOS.

Puede que Jesús nos diga “shhhhh, calla y no digas a nadie lo que he hecho contigo”, pero nadie puede callarse ante la grandeza de Dios y si nos sabemos sanados lo contamos y le recomendamos a los demás el médico al que hemos visitado.

Por eso, cuando queremos buscar a Jesús, hay que buscarlo en soledad, porque es en la soledad donde mejor se puede hablar con él y los rocieros lo sabéis muy bien porque al que está en las manos de la Virgen, “acuden de todas partes“, como concluye esta lectura.

Os saludo en el Señor y os encomiendo a María del Rocío, nuestra Madre y nuestra intercesora.