Contagiar Rocío

El fin primordial de cualquier hermandad rociera es la de promover el culto a la Virgen María, en su advocación del Rocío y difundir la doctrina y magisterio de la Iglesia sobre Ella. Hay ciertas ocasiones en la que me pregunto a mí misma si no estaré llegando a la exageración de este encargo porque en muchas ocasiones conversando con otros de temas que nada tienen que ver con la Virgen, siempre acabo hablando de Ella y escuchando algo similar a “Para variar, acabas hablando del Rocío”. Y es cierto. Sea política, sea religión, sea economía, sea trabajo…al final, algo hace que termine hablando de Ella.

El pasado domingo, tras escuchar ensimismada una profunda homilía en la celebración de la Eucaristía, teniendo muy reciente la Sabatina de mi Hermandad y compartiendo una comida con unas personas extraordinarias a las que acababa de conocer pero que al mismo tiempo me hacían sentir tan a gusto (quizás por denominador común de la fe que nos une) y tras conversar sobre lo divino, lo humano, la cercana Semana Santa… acabamos hablando de Ella, de la Virgen del Rocío y del Pastorcito Divino. Con semejantes anfitriones, bien podéis haceros una idea de la sobremesa que disfrutamos.

Hablamos sobre lo que transmite la imagen, sobre los caminos para llegar a Ella, de su procesión, de su pueblo, … comentamos los prejuicios con los que algunos van a la romería, las fuertes conversiones que provoca la Virgen, … compartimos fotos con el móvil…Ella, Ella, Ella…

He de decir que éramos mayoría los devotos de la Virgen del Rocío, alrededor de esa mesa aunque no todos hubieran asistido a la procesión el Lunes de Pentecostés, pero sin duda, contagiamos a la minoría de nuestro entusiasmo hasta el punto que uno de ellos soñó con la Señora esa misma noche, tal y como me contaron al día siguiente.

Hace dos semanas se cumplían cinco años de la partida de Juan Pablo II a las marismas eternas y con aquella frase de “Que todo el mundo sea rociero”, nos apremiaba a hacer de nuestra romería una “escuela de vida cristiana, en la que, bajo la protección maternal de María, la fe crezca y se fortalezca”. Tenemos el compromiso de ahondar en el misterio de María con la oración constante, la ayuda de los Sacramentos, la escucha de la Palabra de Dios y no quedarnos en lo superficial. Sólo siguiendo este camino conseguiremos encender los corazones de otros en amor a la Virgen, tal y como decía un mensaje de texto, que recibí emocionada en mi móvil a la mañana siguiente.

La única vacuna contra este contagio es la cerrazón de mente y corazón o el no haber sido obsequiados con lo mejor que Dios pudo regalarnos: el don de la fe.